– Por María José Bazo, presidenta del clúster para Centroamérica de Schneider Electric.
Un apagón imprevisto, no planificado por las distribuidoras eléctricas. Un ciberataque silencioso. Una tormenta inesperada. Basta un eslabón débil para que cientos, e incluso miles, de industrias detengan su producción y pongan en riesgo su continuidad. ¿Están las organizaciones realmente preparadas para sobrevivir cuando las luces se apagan?
En un mundo donde la energía es el oxígeno de la industria, la pregunta ya no es si habrá que enfrentarse a una crisis energética, sino cuándo y qué tan preparada estará la industria cuando llegue. En regiones como Centroamérica, donde conviven redes con limitaciones de capacidad, alta exposición a eventos climáticos extremos y una creciente presión por cumplir metas de sostenibilidad, este no es solo un tema técnico, sino una conversación estratégica de alta dirección.
En ese contexto, una infraestructura eléctrica robusta no solo sostiene la continuidad del negocio, sino que también habilita estrategias de sostenibilidad: permite gestionar mejor el consumo, integrar fuentes renovables, reducir emisiones asociadas a la operación y demostrar, con datos, el cumplimiento de metas ambientales y criterios ambientales, sociales y de buen gobierno corporativo (en inglés Environmental, Social and Governance – ESG) ante inversionistas, reguladores y clientes.
Las interrupciones, incluso las de segundos, pueden afectar de forma crítica la operación de una planta, un hospital, un centro de datos o un edificio inteligente. Los fallos en la calidad del suministro ponen bajo estrés a los equipos, acortan su vida útil, alteran procesos sensibles, comprometen la continuidad de servicios esenciales y pueden generar incidentes de seguridad para las personas. Cuando la infraestructura eléctrica no está bien diseñada, monitoreada y mantenida, se multiplican los paros no planificados, se pierde visibilidad sobre lo que ocurre en la red y se dificulta cumplir metas de sostenibilidad y de eficiencia operativa.
Según la Agencia Internacional de Energía (IEA), la digitalización ofrece muchos beneficios para los sistemas eléctricos y la transición limpia, pero el rápido crecimiento de dispositivos y recursos energéticos conectados está ampliando la superficie potencial de ciberataques y elevando los riesgos de ciberseguridad en toda la cadena eléctrica. Al mismo tiempo, gran parte de la infraestructura eléctrica tiene una vida operativa de más de 50 años, lo que significa que los sistemas actuales combinan tecnologías altamente digitalizadas recientes con activos antiguos analógicos. Esos sistemas más viejos, diseñados originalmente para operar de forma aislada, están siendo cada vez más conectados a redes mediante protocolos estandarizados, lo que incrementa la cantidad de puntos vulnerables a un ciberataque y obliga a reforzar las medidas de seguridad.
A medida que el sector energético se electrifica, digitaliza y conecta más, la combinación de infraestructura heredada, automatización, computación en la nube y dependencia de proveedores externos amplía la superficie de ataque. Hoy, un solo virus informático puede paralizar sistemas de control que gestionan equipamiento valorado en millones de dólares; el crecimiento de dispositivos conectados y recursos energéticos distribuidos no hace sino expandir ese riesgo.
Según el Internet Crime Complaint Center (IC3) del Federal Bureau of Investigation (FBI) de Estados Unidos, en 2024 se registraron más de 4.800 denuncias de organizaciones pertenecientes a sectores de infraestructura crítica afectadas por ciberamenazas.
A esto se suman las amenazas físicas. Un rayo, una inundación o un terremoto pueden ser tan devastadores como un ciberataque. Con el cambio climático acelerándose, estos eventos dejan de ser ‘excepcionales’ para convertirse en riesgos recurrentes. ‘No se trata de si habrá otro evento climático extremo, sino de cuándo’, señala un informe de la Organización Latinoamericana de Energía (OLADE). Las tormentas son más intensas, las sequías más prolongadas, y las temperaturas extremas más frecuentes. Este cambio en los patrones climáticos tiene el potencial de impactar drásticamente la operación y la integridad física de las instalaciones energéticas, incluso de aquellas diseñadas para operar eficientemente bajo condiciones históricas, aumentando los riesgos de pérdida de productividad y de daño a la infraestructura, como advierte el documento ‘Vulnerabilidad y riesgo de los sistemas energéticos de América Latina y el Caribe ante las amenazas del cambio climático’.
Para las empresas, esto implica que la estrategia climática no puede limitarse a compensar emisiones o cambiar luminarias. Requiere revisar la arquitectura eléctrica completa: cómo se consume la energía, qué tan flexible es la red interna, qué tan preparados están los sistemas para integrar generación distribuida, almacenamiento y soluciones de eficiencia. Una infraestructura eléctrica robusta se convierte en la base técnica de cualquier hoja de ruta de descarbonización creíble.
Sumemos el factor humano. Un técnico que conecta una memoria USB infectada sin saberlo. Un operador que olvida realizar el mantenimiento preventivo. Un proveedor que corta una línea equivocada durante una obra. Diversos estudios sobre operación y mantenimiento en generación eléctrica estiman que una proporción importante de las fallas de sistema está ligada a errores humanos. No por negligencia, sino por falta de entrenamiento, procedimientos confusos o simplemente por la naturaleza humana de cometer errores bajo presión.
La estrategia propuesta es ‘Medir, comprender y actuar’. Medir, para captar todos los parámetros eléctricos y energéticos imprescindibles mediante productos conectables, como múltiples medidores inteligentes, controladores y sensores, que alimentan los sistemas de gestión. Esto no solo permite asegurar la continuidad operativa, sino también calcular indicadores de eficiencia energética y emisiones asociadas, indispensables para las metas de sostenibilidad. Comprender, con el objetivo de analizar cómo la infraestructura opera, utilizando datos eléctricos y datos contextuales, lo que permite predecir comportamientos futuros y observar tendencias, identificando problemas y eventos de calidad energética que de otra forma permanecerían ocultos. Esta lectura integral de los datos ayuda a priorizar inversiones donde tienen mayor impacto tanto en resiliencia como en reducción de consumo y emisiones. Actuar, con la meta de proteger al personal y a los equipos corrigiendo cualquier evento que pudiera ponerlos en riesgo.
La implementación de soluciones energéticas robustas y avanzadas es crucial para garantizar la continuidad operativa, a través de sistemas de monitoreo y análisis avanzado en tiempo real del sistema de distribución eléctrica. También es necesario tener un sistema de gestión de alarmas y eventos y software de análisis predictivo, impulsado por Inteligencia Artificial (IA) para prever riesgos en equipos críticos. A esto se suma la instalación de sistemas de respaldo, la modernización y automatización de subestaciones eléctricas (con monitoreo remoto y control digital) y la integración de sistemas de protección avanzada, apoyados incluso en herramientas de realidad virtual y aumentada para capacitación y operación segura.
La verdadera brecha hoy no es tecnológica, sino de prioridades, ya que muchas empresas siguen viendo la infraestructura eléctrica como un costo operativo más y no como la columna vertebral de su resiliencia y de su agenda climática. Cada decisión sobre infraestructura eléctrica es, en realidad, una decisión de negocio. Sistemas más robustos reducen riesgos, protegen activos críticos y, al mismo tiempo, habilitan modelos operativos más limpios: procesos más electrificados, menor dependencia de combustibles fósiles y un mejor desempeño frente a estándares de sostenibilidad que ya evalúan clientes, bancos y cadenas de suministro.
La adopción de estas soluciones no solo mejora la confiabilidad operativa y reduce los riesgos de interrupciones, sino que también contribuye a la sostenibilidad y eficiencia energética. En un contexto donde los fallos ya no son una hipótesis lejana, sino una estadística, la conclusión es clara: construir una infraestructura eléctrica robusta es condición básica para que las empresas sean verdaderamente sostenibles y resilientes.
